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¿qué Es El Paleolibertarismo? ¿liberalismo Conservador? - Historia Y Análisis

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Este no es un artículo de teoría política sino meramente de opinión. [Nota editorial: se recomienda la...

En defensa del paleolibertarismo

Este no es un artículo de teoría política sino meramente de opinión.

[Nota editorial: se recomienda la lectura de la nota editorial al final del artículo para entender correctamente qué fue realmente el momento paleolibertario del libertarismo rothbardiano durante alrededor de 5 años. Fue un grupo temporal y no una doctrina. Dadas las confusiones y malos usos del término que en ocasiones se hacen consideramos que las lecturas recomendadas en la nota final darán una mejor comprensión de un término que lastimosamente a veces ha sido manoseado para fines radicalmente distintos de su intención que nunca fue otra distinta que promover los ideales revolucionarios libertarios cuya raíz intelectual es el liberalismo laissez faire.]

Este artículo de Llewellyn Rockwell fue publicado originalmente en la revista Liberty, en 1990.

“La debacle conservadora está cerca”, escribe Charles Krauthammer. “Al disolverse el comunismo, lo mismo hace (…) la alianza conservadora”. De hecho, los conservadores pasados de moda (paleoconservadores) están separándose de los neoconservadores estatistas.

Patrick J. Buchanan argumenta que Estados Unidos debería “volver a casa”: no somos “el policía del mundo ni su tutor político”. Ben Wattenberg un neocón defensor de lo que Clare Boothe Luce llamaba “globobobadas”, acusa a Buchanan de ser un “neandertal”. Joseph Sobran luego señala que la democracia no es un bien en sí misma, sino solo en la medida en que restrinja el poder del Estado. Jeanne Kirkpatrick —una antigua demócrata de Humphrey como la mayoría de los neocones— dice que ninguno de estos argumentos intelectuales significa nada porque los neocones tienen el poder del Estado y no pretenden perderlo.

A pesar de Kirkpatrick, estas discusiones dentro de la derecha son extremadamente importantes y afectan a algo más que la política exterior. Al irse revelando la URSS como un tigre de papel, los buenos conservadores están volviendo a sus raíces de la vieja derecha también en otras áreas.

Los conservadores están cuestionando no solo las intervenciones en el extranjero, sino todo el aparato de New Deal-Gran Sociedad-más amable y gentil. Esto preocupa aún más de los neocones, ya que —como su Svengali Irving Kristol— dan como mucho “dos hurras por el capitalismo”, pero tres hurras por el “Estado del bienestar conservador”.

Esta debacle conservadora representa una oportunidad histórica para el movimiento libertario. La Guerra Fría dividió a la derecha y ahora puede empezar la curación, pues el axioma de Lord Acton de que “la libertad es el fin político más alto del hombre” está en el núcleo no solo del libertarismo, sino también del viejo conservadurismo [americano]. Muchos asuntos separan a los buenos conservadores de los buenos libertarios, pero su número está disminuyendo y ninguno de ellos es tan amplio como para impedir un intercambio y cooperación inteligentes.

Sin embargo, ha habido más que disputas ideológicas: la cultura también nos ha separado y no hay unificador o divisor más poderoso. Ha sido tan divisora en este caso que los buenos libertarios y los buenos conservadores han olvidado como hablar unos con otros.

Por el bien de nuestros ideales comunes deberíamos restaurar la antigua concordia. ¿Pero podemos? En mi opinión, no hasta que el libertarismo se despioje.

Los conservadores tienen razón: La libertad no es suficiente

Los conservadores siempre han argumentado que la libertad política es una condición necesaria pero no suficiente para la buena sociedad y tienen razón. Tampoco es suficiente para la sociedad libre. También necesitamos instituciones sociales y patrones que animen la virtud pública y protejan al individuo del Estado.

Por desgracia, muchos libertarios —especialmente aquellos en el Partido Libertario— ven a la libertad como necesaria y suficiente para todos los fines. Lo que es peor, hacen equivaler a la libertad frente a la opresión del Estado con la libertad frente a las normas culturales, la religión, la moral burguesa y la autoridad social.

En sus 17 años de historia, el PL puede que nunca haya conseguido un 1% en las elecciones nacionales, pero ha calumniado la idea política más gloriosa de la historia humana con basura libertina. Por el bien de esa gloriosa idea, es hora de sacar los cepillos de frotar.

La mayoría de los americanos está de acuerdo en que la agresión contra los inocentes y su propiedad está mal. Aunque estos millones sean libertarios potenciales, les desconcierta el aspecto Woodstock del movimiento. Hair puede haber desaparecido de Broadway hace mucho, pero la era de Acuario sobrevive en el PL.

Las antinormas culturales que impregnan la imagen libertaria son aborrecibles, no tienen nada que ver con el libertarismo en sí y son un peso muerto. Si no nos deshacemos de ese peso, perderemos la mejor oportunidad en décadas.

Los americanos rechazan el Partido Demócrata nacional porque lo ven desdeñar los valores burgueses. Si alguna vez han oído hablar del PL, lo rechazan por razones similares.

El Partido Libertario probablemente sea irreformable; e irrelevante incluso si no lo fuera. Pero si no limpiamos al libertarismo de esta imagen cultural, nuestro movimiento fracasará tan miserablemente como lo ha hecho el PL. Continuaremos siendo vistos como una secta que “se resiste a la autoridad” y no solo al estatismo, que apoya los comportamientos que legalizaría y que rechaza los estándares de la civilización occidental.

Los argumentos en oposición a la guerra contra las drogas, sin importar lo convincentes que sean intelectualmente, se debilitan cuando vienen del partido de los drogados. Cuando el PL nomina a una prostituta para subgobernadora de California y esta se convierte en una celebridad admirada del PL, ¿cómo pueden los americanos normales no pensar que el libertarismo es hostil a las normas sociales o que la legalización de acciones como la prostitución significa aprobación moral? No podría haber mayor suicidio político o relación moralmente falsa, pero el PL la ha forjado.

Con sus creencias contraculturales, muchos libertarios han evitado asuntos de creciente importancia para los americanos de clase media, como los derechos civiles, la delincuencia y el ecologismo.

La única forma de eliminar el vínculo del libertarismo con el libertinismo es con un debate depurador. Quiero empezar ese debate, y sobre las bases adecuadas. Como decía G. K. Chesterton, “Estamos de acuerdo sobre lo malo, es sobre lo bueno sobre lo que deberíamos sacarnos los ojos”.

Un libertarismo culturalmente eficaz para Estados Unidos

Si queremos tener alguna oportunidad de victoria, debemos descartar el marco cultural defectuoso del libertarismo. Llamo a mi sugerido remplazo, con principios culturales basados éticamente, “paleolibertarismo”: el viejo libertarismo.

Uso el término como los conservadores usan el paleoconservadurismo: no como un nuevo credo, sino una vuelta a sus raíces que también les distinguen de los neocones. No tenemos ningún paralelismo con los neocones, pero es igual de urgente que distingamos el libertarismo del libertinismo.

Brevemente, el paleolibertarismo, con sus raíces profundas en la vieja derecha, ve:

1. El Leviatán del Estado como la fuente institucional de mal a lo largo de la historia.

2. El mercado libre no intervenido como un imperativo moral y práctico.

3. La propiedad privada como una necesidad económica y moral para una sociedad libre.

4. El Estado militar como una amenaza prominente para la libertad y el bienestar social.

5. El Estado de bienestar como un robo organizado que victimiza a los productores e incluso eventualmente a sus “clientes”.

6. Las libertades civiles basadas en lo derechos de propiedad como esenciales para una sociedad justa.

7. La ética igualitaria como reprensible moralmente y destructiva de la propiedad privada y la autoridad social.

8. La autoridad social (encarnada en familia, iglesia, comunidad y otras instituciones intermediadoras) como algo que ayuda a proteger al individuo frente al Estado y como necesaria para una sociedad libre y virtuosa.

9. La cultura occidental como eminentemente digna de conservación y defensa.

10. Los patrones objetivos de moralidad, especialmente los que se encuentran en la tradición judeocristiana, como esenciales para el orden social libre y civilizado.

¿Es libertario el paleolibertarismo?

El libertario debe estar de acuerdo con los primeros seis puntos, pero la mayoría de los activistas se enfurecerían con los últimos cuatro. Pero no hay nada antilibertario en ellos.

Un crítico podría señalar que el libertarismo es una doctrina política con nada que decir acerca de estos asuntos. En un sentido, el crítico podría tener razón. El catequista libertario solamente necesita saber una respuesta a una pregunta: ¿Cuál es el fin político más importante del hombre? La respuesta: la libertad.

Pero no existe ninguna filosofía política en un vacío cultural, y para la mayoría de la gente la identidad política es solo una abstracción de una visión cultural más amplia. Las dos se separan solo a nivel teórico; en la práctica, están inextricablemente unidas.

Es por eso entendible y deseable que el libertarismo tenga un tono cultural, pero no que sea antirreligoso, modernista, relativista moralmente e igualitario. Este tono repele debidamente a la gran mayoría de los americanos y ha ayudado a mantener el libertarismo como un movimiento pequeño.

El ataque conservador al libertarismo

Ninguna de las críticas conservadoras de la filosofía política del libertarismo es convincente. Por desgracia, lo mismo no es cierto con las críticas culturales. Russell Kirk es el crítico conservador que los libertarios consideran más ofensivo. Afirma que el libertario, “como Satán, no puede soportar ninguna autoridad temporal o espiritual. Desea ser distinto, tanto en la moral como en la política” como una cuestión de principios. Como resultado, “no hay una gran diferencia entre el libertarismo y el libertinismo”.

Un crítico conservador que los libertarios consideran más simpático es Robert Nisbet. Pero a él también le preocupa que “se esté desarrollando un estado mental entre libertarios en el que las coacciones de la familia, la iglesia, la comunidad local y la escuela parecerán casi tan perjudiciales a la libertad como las del gobierno político. Si es así, esto muy probablemente ampliará la distancia entre libertarios y conservadores”.

Kirk y Nisbet tienen razón sobre demasiadas personas libertarias, pero no acerca de la doctrina formal, como han demostrado Rothbard, Tibor Machan y otros. Aun así, esta distinción entre la doctrina y sus practicantes es difícil de llevar a cabo por parte de no intelectuales.

Anticristianismo versus libertad

El 94% de los americanos creen en Dios, mientras que una encuesta de Green y Guth demostraba que solo lo hace el 27% de los activistas-contribuidores del PL. Estos politólogos comentan: “Aunque algunos pensadores libertarios [como Murray N. Rothbard] insisten en que las creencias ortodoxas cristianas son compatibles con [sus ideas políticas], el Partido indudablemente no ha actuado bien para atraer esos seguidores”. De hecho, “muchos libertarios no solo son arreligiosos, sino militantemente antirreligiosos, como indican los extensos comentarios recibidos”.

Una encuesta posterior de Liberty indicaba que el 74% de los encuestados negaba la existencia de Dios y esto no es una sorpresa para los editores, que mencionan la “percepción común de que casi todos los libertarios son ateos”.

Por supuesto, no argumento que la fe religiosa sea necesaria para el libertarismo. Algunos de nuestros mejores hombres no han sido creyentes. Pero la enorme mayoría de los americanos son religiosos y demasiados libertarios son ateos agresivos que buscan mostrar a la religión y el libertarismo como enemigos. Solo eso, si no se controla, basta para asegurar nuestra continua marginalización.

La familia, el libre mercado, la dignidad del individuo, los derechos de propiedad privada, el mismo concepto de libertad: todos son productos de nuestra cultura religiosa.

El cristianismo dio a luz al individualismo al destacar la importancia del alma individual. La iglesia enseña que Dios habría enviado a Su Hijo a morir en la cruz si un solo hombre hubiera necesitado su intercesión.

Con su énfasis en la razón, la ley moral objetiva y la propiedad privada, el cristianismo hizo posible el desarrollo del capitalismo. Enseñó que todos los hombres eran igualmente hijos de Dios (aunque no iguales en ningún otro sentido), y que por tanto debían ser iguales ante la ley. Fue la iglesia transnacional la que luchó contra el nacionalismo, el militarismo, los altos impuestos y la opresión política y sus teólogos proclamaron el derecho al tiranicidio.

Acton decía que “La libertad no ha subsistido fuera del cristianismo” e instaba a que “mantuviésemos la libertad tan cerca como sea posible de la moralidad”, ya que “ningún país puede ser libre sin religión”.

Aunque esté de acuerdo en que no es “antirreligioso”, Machan dice que el libertarismo no permite “confiar en la fe para fines de comprensión de la ética y la política”. Los paleolibertarios prefieren la opinión de otros dos no creyentes: Rothbard, que dice que “todo lo bueno de la civilización occidental, desde la libertad individual a las artes, se debe al cristianismo”, y F. A. Hayek, que añade que es a la religión a la que “debemos nuestra moral y la tradición que ha proporcionado no solo nuestra civilización sino nuestras propias vidas”.

Autoridad versus coerción

“¡Cuestiona la autoridad!” dice una pegatina izquierdista en círculos libertarios. Pero los libertarios se equivocan al difuminar la distinción entre autoridad estatal y autoridad social, pues una sociedad libre está reforzada por la autoridad social. Toda empresa requiere una jerarquía de mando y todo empresario tiene derecho a esperar obediencia dentro de su esfera apropiada de autoridad. No es distinto en la familia, la iglesia, el aula o incluso entre los rotarios y los boy scouts.

Dar a los sindicatos licencia para cometer delitos violentos subvierte la autoridad del empresario. La leyes sobre drogas, Medicare, la Seguridad Social y las escuelas públicas debilitan la autoridad de la familia. Proscribir la religión en el debate público socava la autoridad de la iglesia.

En un artículo reciente, Jerome Tucille afirma que está luchando por la libertad atacando “la ortodoxia de la Iglesia Católica Romana”. Pero no hay nada libertario en luchar contra la ortodoxia, católica o la que sea, y al confundir deliberadamente sus prejuicios con el libertarismo, él ayuda a perpetuar el mito de que el libertarismo es libertino.

La autoridad siempre será necesaria en la sociedad. La autoridad natural deriva de las estructuras sociales voluntarias; la autoridad antinatural es impuesta por el Estado.

Los paleolibertarios están de acuerdo con Nisbet en que “la existencia de autoridad en el orden social impide invasiones de poder desde la esfera política”. Solo “los efectos restrictivos y rectores” de “la autoridad social” hacen posible “un gobierno político tan liberal como el que idearon los Padres Fundadores. Elimina los lazos sociales”, dice Nisbet, y tendrás “un pueblo no libre sino caótico, individuos no creativos sino impotentes”.

El papel de la familia

Los libertarios tienden a ignorar la tarea esencial de la familia en formar a la persona responsable. La familia tradicional —que deriva de la ley natural— es la unidad básica de una sociedad libre y civilizada. La familia promueve los valores necesarios para la conservación de una sociedad libre como el amor paternal, la autodisciplina, la paciencia, la cooperación, el respeto por los mayores y el autosacrificio. Las familias estimulan el comportamiento moral y proporcionan la crianza adecuada de los niños y así la continuación de la raza.

Chesterton decía que la familia “podría calificarse vagamente como anarquista” porque los orígenes de su autoridad son puramente voluntarios; el Estado no la inventó y tampoco puede abolirla.

Pero el Estado ataca a la familia mediante incentivos económicos perversos. Como ha señalado Charles Murray, la política federal de asistencia social ha sido en gran parte responsable del incremeto de 450% de los nacimientos ilegítimos en los últimos 30 años.

“La función más vital” que lleva a cabo la familia, pensaba Chesterton, “es la de la educación”. Pero desde la creación de las escuelas públicas en el siglo XIX, que pretendían, en expresión de Horace Mann, convertir a “los ciudadanos locales en ciudadanos nacionales”, el Estado ha atacado la función educativa de la familia.

Como el papel de las escuelas estatales es —como lo dijo un funcionario— “moldear estas pequeñas masas de plástico en la amasadura social”, entonces una parte clave de la agenda del Estado debe ser subvertir la familia. Los libertarios, por otra parte, deberían alabarla y apoyarla. No somos, como han afirmado muchos comentaristas, promotores del “individualismo atomista”. Deberíamos mostrar eso alabando los papeles indispensables de la familia y la autoridad social.

El odio a la cultura occidental

“Cultura”, decía Matthew Arnold, “es saber lo mejor que se ha dicho y pensado en el mundo”. Para nuestra civilización, eso significa concentrarse en Occidente. Pero la izquierda, de Stanford a Nueva York, denuncia la cultura occidental como racista, sexista y elitista: merecedora más de su extinción que de su defensa.

Los que defienden la cultura occidental son llamados etnocentristas por izquierdistas que igualan a Dizzy Gillespie con Bach, Alice Walker con Dostoevski y Georgia O’Keefe con Carravaggio, y enseñan esas majaderías a nuestros hijos. Intentan construir un canon cultural que esté “equilibrado” sexual y racialmente, lo que significa desequilibrado en cualquier otro sentido. Aun así, en estos asuntos culturales, demasiados libertarios están de acuerdo con la izquierda.

Los libertarios tienen que ponerse al día con el pueblo americano, que está harto del modernismo en el arte, la literatura y los modales que son en realidad un ataque a Occidente. Consideren el clamor contra la pornografía y el sacrilegio de Robert Mapplethorpe y Andrés Serrano subsidiados por el gobierno. El pueblo sabía instintivamente que el establishment del arte de Estados Unidos financiado con impuestos se dedica a ofender sensibilidades burguesas. Y aun así, la revista libertaria típica está más preocupada por la postura correcta de Jesse Helms sobre esta atrocidad que por la financiación del contribuyente al National Endowment for the Arts, no digamos ya por la blasfemia u obscenidad.

“El arte, como la moralidad, consiste en poner una línea en alguna parte”, decía Chesterton. Los paleolibertarios están de acuerdo y no piden disculpas por preferir la civilización occidental.

La fotografía pornográfica, el pensamiento “libre”, la pintura caótica, la música atonal, la literatura deconstruccionista, la arquitectura de Bauhaus y las películas modernistas no tienen nada en común con la agenda política libertaria; sin importar cuánto puedan revelar en ellos las personas libertarias. Además de sus discapacidades estéticas y morales, estas “formas de arte” son desventajas políticas fuera de Berkeley y Greenwich Village.

Nosostros obedecemos y tenemos que obedecer a las tradiciones de modales y gusto. Como explica Rothbard: “Hay numerosas áreas de la vida” en las que “seguir la costumbre alivia las tensiones de la vida social y permite una sociedad más confortable y armoniosa”.

Albert Jay Nock decía que en una sociedad libre, “El tribunal del gusto y los modales” debía ser la institución más fuerte. Lo llamaba el único tribunal de “jurisdicción competente irrebatible”. En este tribunal, muchos libertarios están condenados.

Igualitarismo y derechos civiles

La mayoría de los americanos desprecian los derechos civiles y con razón. En otros tiempos, los derechos civiles “significaban los derechos de los ciudadanos frente al Estado”, dice Sobran. Ahora “significan un trato de favor para negros (o alguna otra minoría) a costa de todos los demás”.

Pero debido a que muchos libertarios son igualitaristas, o están ciegos ante este asunto o lo ignoran a propósito. Los paleolibertarios no sufren ninguna carga. Rechazan no solo la discriminación positiva, las reservas y las cuotas, sino también la Ley de Derechos Civiles de 1964 y todas las leyes subsiguientes que obligan a los propietarios a actuar contra su voluntad.

La segregación forzosa por parte del Estado, que también violaba los derechos de propiedad, era mala, pero también lo es la integración forzosa por parte del Estado. Sin embargo, la segregación forzosa por parte del Estado no era mala porque la separación sea mala.

Querer asociarse con miembros de la propia raza, nacionalidad, religión, clase, sexo o incluso partido político es un impulso humano natural y normal. Una sociedad voluntaria tendrá, por tanto, organizaciones masculinas, barrios polacos, iglesias negras, clubes judíos y fraternidades blancas.

Cuando el Estado suprime el derecho de libre asociación, no crea la paz social sino la discordia. Como escribía Frank S. Meyer: “Los múltiples ajustes de las relaciones de los seres humanos —sensibles y delicadas y sobre todo individuales en su esencia— nunca pueden regularse por el poder gubernamental sin un desastre para la sociedad libre”.

Pero la existencia de esas instituciones es un escándalo para los igualitaristas. El congresista Ron Paul, candidato presidencial del PL en 1988, fue atacado por libertarios por oponerse a la fiesta de Martin Luther King financiada con impuestos. King fue un socialista que atacaba la propiedad privada y defendía la integración forzosa. ¿Cómo podría ser un héroe libertario? Pero lo es, por razones igualitarias.

Demasiados libertarios también se unen a los liberals en usar la acusación de racismo para atacar a los inconformes. Puede ser científicamente falso creer, por ejemplo, que los asiáticos sean más inteligentes que los blancos, ¿pero puede ser realmente inmoral? Desde una perspectiva libertaria, la única inmoralidad sería buscar el reconocimiento estatal de esta creencia, sea correcta o incorrecta.

Desde un punto de vista cristiano, está indudablemente mal tratar a alguien injustamente o sin caridad como resultado de creencias racistas. También está mal tratar a alguien injustamente o sin caridad porque es calvo, peludo, flaco o gordo. ¿Pero puede ser inmoral preferir la compañía de uno al otro?

El liberal negro William Raspberry escribía recientemente sobre el lema más nuevo en Washington: “Es algo de negros. No lo entenderías”.

Esto es “conciencia de raza de una forma sana”, dice Raspberry. “Pero muéstrame a un blanco con ‘Es algo de blancos…’ y mi actitud cambia”, dice Raspberry. “Un caucus negro para el Congreso es legítimo” pero “un caucus blanco para el Congreso sería impensable”. “Lo negro es bello” es permisible pero “Lo blanco es bello es el lema de los intolerantes”. ¿Ah?

No hay nada malo en que los negros prefieran “algo negro”. Pero los paleolibertarios dirían lo mismo acerca de los blancos prefiriendo “algo blanco” o los asiáticos “algo asiático”. Los paleolibertarios no tienen ninguna visión utópica de las relaciones sociales; solo queremos que el Estado deje de interferir en las acciones voluntarias.

Crimen y coacción

El libertarismo es ampliamente visto como antifuerza. Pero la fuerza siempre será necesaria para defenderse de los delincuentes y para administrar justicia. El libertarismo se opone a la agresión contra el inocente, no a la coerción en general.

El Estado ha sido siempre el principal agresor, pero también hay delito privado. Igual que la quiebra de la autoridad social invita al estatismo, lo mismo hace la ausencia de coerción contra el delito real. Si el delito queda impune o se castiga suavemente, como suele pasar hoy, el comportamiento inmoral se recompensa y estimula y por tanto aumenta.

Los liberals y algunos libertarios nos piden que seamos blandos con el delito porque mucho se debe al racismo blanco. Pero si ese fuera el caso, dados los campos de concentración, las expropiaciones de propiedades y la intolerancia extendida, estaríamos amenazados por los “salvajes” japoneses.

En realidad, el delito es un resultado de la maldad moral, una decisión consciente de atacar vidas inocentes y propiedades por motivos inmorales. Por esa razón, incluso más que por la disuasión, el delito debe castigarse rápida y duramente, aunque un sistema libertario de justicia penal haría también uso de las restituciones.

El actual monopolio estatal sobre la producción de seguridad interna es un fracaso. Las calles de nuestras grandes ciudades se han convertido en reinos bárbaros (si eso no es un insulto para los visigodos). En Nueva York, los informes de robos en hogares se realizan y se olvidan. En Washington, los atracos violentos consiguen bostezos policiales y fiscales.

Como todos los burócratas, la policía, los fiscales y jueces no tienen incentivos para responder a la demanda del consumidor, en este caso los presuntos consumidores de protección frente al delito o de justicia contra los delincuentes. No hay soberanía del consumidor cuando el Estado tiene un monopolio de lucha contra el delito, y cuando los únicos delitos que trata seriamente son aquellos que van contra él: falsificación de moneda, evasión de impuestos, etc.

Conozco a una mujer que vivía en un enclave de italianos de clase trabajadora rodeado por tugurios en Cleveland. El delito no tenía límites alrededor de este refugio, pero en él, las calles y viviendas eran seguras.

Cualquiera que entrara en la zona italiana y cometiera un delito era —gracias a la vigilancia privada— casi siempre atrapado. Pero el delincuente era raras veces entregado a la policía, ya que sería liberado en pocas horas y estaría libre delinquir de nuevo. Al delincuente se le castigaba ahí mismo y, como consecuencia, no había casi ningún delito en este barrio.

Aunque difícilmente sea un sistema ideal, era justicia dura y eminentemente libertaria. Aun así, muchos libertarios se opondrían a ese sistema —aunque era una respuesta al fracaso estatal— porque los delincuentes eran negros. Los paleolibertarios no tienen esas reservas. Habría igualdad de oportunidades en el castigo.

El retorno del paganismo

El paleolibertarismo es abiertamente pro ser humano. Argumenta —¿y cómo puede ser controversial esto?— que solamente el hombre tiene derechos y que las políticas públicas basadas en derechos míticos de animales o plantas deben tener resultados perversos.

Los ecologistas, por otro lado, afirman que los pájaros, las plantas e incluso el agua del mar tienen el derecho a ser protegidos de la producción de energía y otras actividades humanas. Desde el pez caracol a las escrofulariáceas a la vida salvaje en su conjunto, todo merece la protección del Estado frente a la producción de bienes y servicios para la humanidad.

Los ecologistas afirman que la naturaleza estaba en perfecto equilibrio antes de la era moderna, y que el “dañino” desarrollo económico humano debe repararse devolviéndonos a un nivel más primitivo. Los líderes del Partido Verde de Inglaterra idealizan el nivel de desarrollo económico entre la caída del Imperio romano y la coronación de Carlomagno; en otras palabras, la Edad Media. Friends of the Earth caracterizan a la Revolución Industrial, y a su enorme aumento en los niveles de vida, como “una malévola minería a cielo abierto en todo el mundo”. ¡Earthfirst! dicen, “¡Volvamos al pleistoceno!”.

La descristianización de las políticas públicas ha generado un movimiento ecologista que no sólo es anticapitalista sino propagano. El paganismo sostiene que el hombre es únicamente una parte de la naturaleza, no más importante que las ballenas o los lobos (y, en la práctica, mucho menos importante). El cristianismo y el judaísmo, por el contrario, enseñan que Dios creó al hombre a Su imagen y le dio el dominio sobre la tierra, que fue creada para el uso del hombre y no como una entidad moralmente valiosa por sí misma. El orden natural existe para el hombre y no lo contrario, y ninguna otra forma de entenderlo es compatible con un mercado libre y la propiedad privada y, por tanto, con el libertarismo.

Los ecologistas adoran en el altar de la Madre Naturaleza, a veces literalmente, como en el Movimiento Gaia. Demasiados libertarios se unen a ellos, demostrando el dicho de Chesterton de que “la gente que no cree en nada, creerá en cualquier cosa”.

Los paleolibertarios no se disculpan por preferir la civilización a lo salvaje. Es probable que estén de acuerdo con Nock en que “Sólo puedo ver a la naturaleza como un enemigo: un enemigo muy respetable, pero un enemigo”. Políticamente no debemos ser tímidos en ser pro ser humano. Pocos americanos están dispuestos a sacrificar su propiedad y prosperidad para satisfacer alucinaciones paganas.

El desafío

Si el pueblo americano continúa relacionando el libertarismo con normas culturales repelentes, fracasaremos. Pero si el paleolibertarismo puede romper con esa relación, entonces cualquier cosa es posible.

Incluso los no paleolibertarios deberían estar descontentos con que nuestro movimiento tenga una única imagen cultural. Deberían dar la bienvenida, en la clase media conservadora, a libertarios que sean tradicionalistas culturales y morales. Pero imagino que no lo harán y que tendremos una seria pelea en nuestras manos. Yo, por lo menos, doy la bienvenida a esa pelea.

¿Queremos seguir siendo un club social pequeño e irrelevante como el PL? ¿O queremos cumplir la promesa de la libertad y hacer que nuestro movimiento vuelva a ser masivo como lo era en el siglo XIX?

El libertarismo culturalmente significativo ha llegado durante la mayor crisis en la derecha desde la década de 1940. Los libertarios pueden y deben hablar de nuevo con los resurgentes paleoconservadores, ahora en el proceso de separarse de los neocones. Incluso podemos formar una alianza con ellos. Juntos, paleolibertarios y paleoconservadores pueden reconstruir la gran coalición contra el Estado del bienestar y el intervencionismo que prosperó antes de la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió durante la Guerra de Corea.

Juntos, tenemos una posibilidad de lograr la victoria. Pero primero debemos despojarnos de la imagen libertaria como repugnante, autodestructiva e indigna de la libertad.

En su lugar, debemos adoptar una nueva orientación. Qué bien que sea también la antigua. En el nuevo movimiento, los libertarios que representen la corrupción actual caerán a su nivel natural, como lo hará el Partido Libertario, que ha sido su diabólico púlpito.

Algunos encontrarán esto doloroso; yo lo estoy esperando. Que empiece el proceso de limpieza: hace mucho tiempo se necesita.

Traducido originalmente del inglés por Mariano Bas Uribe. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.

https://uploads-ssl.webflow.com/5d62a0b2e3123d5d0247c5d5/5d9aad8de7a0b333dde9bbc0_Liberty_Magazine_January_1990 pages Liberty - Page 34 - Liberty - Page 38.pdf

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¿Por qué páleo?

Este no es un artículo de teoría política sino meramente de opinión.

[Nota editorial: se recomienda la lectura de la nota editorial al final del artículo para entender correctamente qué fue realmente el momento paleolibertario del libertarismo rothbardiano durante alrededor de 5 años. Dadas las confusiones y malos usos del término que en ocasiones se hacen consideramos que las lecturas recomendadas en la nota final darán una mejor comprensión de un término que lastimosamente a veces ha sido manoseado para fines radicalmente distintos de su intención que nunca fue otra distinta que promover los ideales revolucionarios libertarios cuya raíz intelectual es el liberalismo laissez faire.]

Este artículo fue publicado en 1990 en el Rothbard-Rockwell Report.

El libertario «modal»

En el número de enero de 1990 de Liberty, Lew Rockwell publicaba un artículo «En defensa del paleolibertarismo», que ha puesto de cabeza al mundo libertario. Fue el artículo más comentado y polémico en la historia de esa revista y en realidad en muchos años del movimiento libertario.

La razón es sencilla: el mundo libertario ha estado hundido, durante años, en un letargo, en el mejor de los casos, y avanzando hacia la decadencia, en el peor. Ha estado caracterizado por la falta de nuevas ideas, de nuevos pensamientos o estrategias. En la última década, las ideas libertarias han estado avanzando y penetrando en todo el mundo, pero aparte del área especializada de la economía del libre mercado, las instituciones libertarias han estado constantemente tambaleándose y cayendo en una total irrelevancia en la cultura estadounidense. En lugar de enfrentar el reto del deterioro y la decadencia crónicos, los líderes del movimiento se han apiñado, agachado y reforzado desesperadamente a los que son objeto de sus engaños y timos, exactamente como sanguijuelas acelerando su vampirismo a medida que la sangre de sus portadores se hace cada vez más delgada y menos nutritiva.

1989, el año de la gloriosa implosión revolucionaria del comunismo/socialismo en Europa Oriental y la Unión Soviética, no ha presentado un mundo totalmente nuevo, con nuevos parámetros para la acción. Todos los demás grupos ideológicos, conservadores, liberales e izquierdistas han entendido, con distinto éxito, la necesidad de afrontar la nueva realidad revisando sus enfoques y estrategias. Como es habitual, solo los libertarios han actuado como si el mundo real no existiera y han continuado despreocupadamente jugando a sus jueguecitos. Entre esta persistente miasma, el artículo de Lew llegó como una chispa de animación, un clarín que anuncia que ha habido grandes cambios en el mundo real, amigos, y que es el momento de que nos despertemos y pensemos seriamente sobre lo que esto significa. Para todos los libertarios que siguen teniendo vivo el cerebro, el artículo de Lew anuncia un nuevo día de actividad útil y pensamiento creativo.

Por desgracia, es tan triste el estado en el que se ha sumido el movimiento que casi nada de este entusiasmo se ha reflejado en los muchos comentarios tedios y confundidos sobre el artículo de Liberty: casi todos no son sino las respuestas irritadas de osos a los que se les molesta en su larga hibernación. De hecho, la única crítica inteligente y sensata del artículo de Rockwell apreció no en Liberty, sino que la realizó Justin Raimondo en el número de marzo de Libertarian Republican Organizer.

¿Entonces por qué páleo? Como dice uno de los críticos de Lew, ¿por qué necesitamos otra palabra larga para añadir a la primera (libertarismo)? El resumen de la crítica habitual de la postura páleo es que estamos preparándonos para «expulsar» del movimiento libertario a todos los no páleos (definidos de forma variopinta como no burgueses o no religiosos). Es una exposición absurda de nuestra postura y parece reflejar una grave incapacidad para leer (o pensar).

En primer lugar, aparte del Partido Libertario, no hay ninguna organización con miembros en el movimiento de la que pudiésemos expulsar a nadie. Y respecto al PL, la mayoría lo hemos abandonado en cuerpo y todos en espíritu. Y en segundo lugar, ¿cómo puede una pequeña minoría (los páleos) expulsar a una gran mayoría?

Diferenciando

Así que no se ha entendido bien la cosa. Se trata de que el nuevo movimiento páleo, incluyendo el nombre, nos diferencie del movimiento más general, para encontrar e inspirar a otros páleos y para formar nuestro propio movimiento independiente y autoconsciente.

Decimos, en resumen, que la libertad es grande y no queremos debilitarla ni diluirla en lo más mínimo, pero que para nosotros, a largo plazo, no basta. Seguimos siendo libertarios declarados, pero no estamos dispuestos a transigir, como movimiento, solo en la libertad. Insistimos en la libertad plus.

Hemos dicho que cierta matriz intelectual es esencial para la libertad. Puedo entender por qué los libertarios deben ser atrevidos ante este tipo de formulación; por ejemplo, el teórico político de Oxford, John Gray, en el reciente año, señaló su abandono del liberalismo clásico (ya una forma aguada de libertarismo) hablando de la necesidad de cierta cultura además de la libertad: este tipo de habla es casi siempre el preludio para reclamar el poder del Estado (indudablemente lo es en el caso de Gray).

Pero no se trata de eso, aunque estoy de acuerdo en que la libertad tenderá a florecer más en una cultura burguesa y cristiana. Estoy dispuesto a conceder que se puede ser un buen libertario declarado y aun así ser un hippie, un antiburgués y anticristiano agresivo, un drogadicto, un gorrón, un tipo rudo e intolerable e incluso un abierto ladrón.

Pero se trata de que los páleos ya no queremos ser colegas de movimiento con este tipo de gente. Por dos razones independientes y poderosas, cada una de las cuales sería lo suficientemente buena como para formar un movimiento páleo diferenciado y distinto. Una es estratégica: que ese tipo de gente, por razones evidentes, tiende a desagradar, en realidad a repeler, a la mayoría de la «gente real», gente que o trabaja para ganarse la vida o tiene una nómina, gente de clase media o trabajadora que, en la vieja y gran expresión, disfruta de «medios visibles de subsistencia».

En el Partido Libertario, la prevalencia de este tipo de gente ha mantenido bajos e incluso en disminución el número de miembros y de votos. Pero también en el movimiento general, esta gente desharrapada casi tuvo éxito en hacer de la gloriosa palabra «libertario» un tufo en las fosas nasales de todos, sinónimo de tarado o libertino. En este momento, la única forma de salvar el glorioso nombres y concepto de «libertario», es unirle el prefijo «páleo» y dejar así clara la distinción y diferenciación.

Pero nuestras razones no son solo estratégicas. Pues entre la gente repelida estamos nosotros y aunque evidentemente tenemos un alto nivel de tolerancia, ha acabado por excederse y con una sensación de alegre alivio nos quitamos la porquería del libertario estándar o «modal» de las suelas de nuestros zapatos.

Cuando en Libertarian Forum solía bramar contra la gente irreal y los chalados, llamándoles luego luftmenschen [desharrapados], era tratado como un fanático amable u odioso, pero lo importante es que estas posturas políticas no se adoptaban de ninguna forma relevante para mi doctrina libertaria. Son relevantes, aunque en un plano distinto del de la propia doctrina. Pero el caso es que ya no puede ser aceptable olvidar la parte «páleo» de la ecuación.

Pero si nosotros somos los «páleos», ¿quiénes son los otros tipos? Como las palabras están en un plano discursivo distinto, la simple palabra «libertario» no puede bastar. Por tanto hemos llamado a los otros tipos, a nuestra oposición por así decirlo, como los «nihilo-libertarios» o «nihilos», con el resto de los libertarios, tal vez la mayoría, como confusos en el medio que aún no son conscientes de esas distinciones. Muchos de estos son instintivamente «páleos» sin ser conscientes de ello.

No hay forma de conocer las cifras precisas, pero después de casi cuarenta y cinco años como activista en el movimiento libertario, estoy seguro de una cosa: que los nihilos, sean o no una mayoría numérica, son por desgracia los libertarios típicos o «modales». [El «modo» es un concepto estadístico que designa esa clase o categoría que tiene la mayor frecuencia de miembros].

Lew Rockwell y yo hemos sido muy críticos con el Partido Libertario, especialmente desde la debacle de la convención nacional de Philadelphia en septiembre del año pasado. Pero aunque el Partido Libertario sea realmente irremediable y no haya estado realmente sometido a crítica suficiente, no es el único problema. Pues el Partido es sencillamente la institución más visible y más organizada del movimiento. La enfermedad del Partido es solo el reflejo visible de la podredumbre en la raíz del movimiento en su conjunto.

Pero eso ni Lew ni yo reclamamos un nuevo Partido Libertario o una inmediata sustitución como una institución sustitutiva de masas para el movimiento. La enfermedad es mucho más profunda y por tanto la solución debe ser mucho más radical y por desgracia debe tomar más tiempo que otra rápida reparación. El primer paso es independizarnos en crear nuestros propios órganos e instituciones paleolibertarios, empezando, por supuesto por el propio RRR.

Retrato del libertario «modal»

Lo más fácil es empezar nuestra definición de «páleo» explicando lo que no somos, aquello de lo que estamos decididos a renunciar. Y la forma más fácil de explicar esto es describir nuestro retrato del libertario modal [N. del T.: podría también traducirse como libertario por moda], su naturaleza y actitudes.

Y el libertario modal (a partir de aquí, LM) es realmente «él» porque el movimiento, por supuesto, ha sido siempre abrumadoramente masculino. Y por desgracia las pocas activistas libertarias femeninas sufrieron mucho el mismo síndrome que los varones.

El LM estaba en la veintena hace veinte años y ahora es un cuarentón. Esto no es ni tan banal ni tan benigno como suena, porque significa que el movimiento no ha crecido en realidad en veinte años: la misma gente deprimente simplemente se ha hecho veinte años mayor. El LM es bastante brillante y conoce bastante bien la teoría libertaria. Pero no sabe nada y le preocupa menos la historia, la cultura, el contexto de realidad de los asuntos del mundo. Su única lectura o conocimiento cultural es la ciencia ficción, de la que el LM es un experto y que le hace mantenerse bastante bien aislado de la realidad. Como consecuencia, el miembro medio de las filas de la secta trotskista más inútil sabe mucho más de los asuntos mundanos que todos los líderes libertarios, salvo un pequeño puñado de ellos.

El LM, por desgracia, no odia al Estado porque lo vea como el único instrumento social de agresión organizada contra personas y propiedades. Por el contrario, el LM es un adolescente rebelde contra todos a su alrededor: primero, contra sus padres, segundo, contra su familia, tercero, contra sus vecinos y finalmente contra la burguesía de la que nació, contra las normas y convenciones burguesas y contra instituciones de autoridad social como las iglesias. Así que, para el LM, el Estado no es un problema único, solo es la más visible y odiosa de muchas instituciones burguesas odiosas, de ahí el placer con el que el LM porta la insignia «Cuestiona la autoridad».

Y de ahí, por tanto, la hostilidad fanática del LM hacia el cristianismo. Yo solía pensar que este ateísmo militante era simplemente una derivación del randismo del que surgieron la mayoría de los libertarios hace dos décadas. Pero el ateísmo no es la clave, pues dejad que alguien en una reunión libertaria anuncie que es una bruja o un adorador del poder de los cristales o alguna otra sandez New Age y será tratado con gran tolerancia y respeto. Solo los cristianos están sometidos al abuso y está claro que la razón para esta diferencia de trato no tiene nada que ver con el ateísmo. Pero tiene todo que ver con rechazar y despreciar la cultura burguesa estadounidense: se animará cualquier tipo de causa cultural excéntrica para tocar las narices de la odiada burguesía.

De hecho, la atracción original del LM por el randismo era parte importante de su rebelión adolescente: ¿qué mejor manera de racionalizar y sistematizar el rechazo de tus padres, familia y vecinos que unirte a un culto que denuncia la religión y proclama tu absoluta superioridad y la de los líderes de tu culto frente a los robóticos segundones que supuestamente pueblan el mundo burgués? Además un culto que te reclama despreciar a tus padres, familia y socios burgueses y cultivar la supuesta grandeza de tu propio ego individual (apropiadamente guiado, por supuesto, por el liderazgo randiano).

Hay cierto encanto vulgar hacia un adolescente que se rebela con veinte años; sin embargo, con cuarenta las mismas actitudes y perspectivas se convierten en odiosas. El encanto ha desaparecido. Los críticos de Lew Rockwell pasan convenientemente a la suposición de que él y yo hemos estado atacando sus notables pelos, modales y ropa «hippie». Pero esa es una visión muy superficial. Lo único bueno del hippismo es que hace fáciles de descubrir a los nihilos modales. Pero incluso aquellos LM que parecen personas reales, que llevan chaqueta y corbata, realmente no lo son. Lo importante es la personalidad, las actitudes.

En resumen: el LM, si tiene una ocupación en el mundo real, como contable o abogado, es generalmente un abogado que no practica, un contable sin trabajo. La ocupación modal del LM es programador informático, el LM era un fanático informático antes de la invención de la computadora personal. Las computadoras atraen realmente la inclinación científica y teórica de los LM, pero también atraen su agravado nomadismo, a su necesidad de no tener una paga o vivienda normales. Además, es fácil calificarte como «consultor informático» cuando lo que realmente eres es un desempleado.

El LM también tiene la mirada lejana del fanático. Puede acorralarte a la primera oportunidad y estar mucho tiempo hablando de su propio «gran descubrimiento» o sobre su magnífico manuscrito que estaría reclamando su publicación si no fuera por los poderes fácticos. Como todos los fanáticos, no tiene ningún sentido del humor: su idea de algo gracioso es alguien al que se le queman los pies.

Pero por encima de todo, el LM es un sablista, un artista del fraude y a menudo directamente un ladrón. Su actitud básica hacia otros libertarios es «Tu casa es mi casa». ¿Cuántos libertarios con el raro privilegio de vivir en un piso o casa no han tenido el gusto de oír el timbre de la puerta y encontrarse con algún tipo en el umbral que dice algo así como «Hola, tío, soy un libertario» y espera que le acoja esa noche, esa semana o lo que sea? ¿Cuántos libertarios han tenido que echar al relente a esa gente? En resumen, los libertarios, articulen o no esta «filosofía», son libertarios-comunistas: de cualquiera con propiedad se espera automáticamente que la «comparta» con los demás miembros de su extensa «familia» libertaria.

Los paleolibertarios somos gente que está diciendo por fin: «¡Basta!» Estamos hasta la coronilla y no vamos a tolerar más. Como señalaré en una publicación futura, los gloriosos acontecimientos de 1989 que han acabado con la Guerra Fría han hecho posible y viable una alianza con los «paleoconservadores», una reconstitución de la vieja derecha. Pero nuestro creciente disgusto con nuestros camaradas del movimiento libertario es un fenómeno independiente, aunque encaje bien con nuestro nuevo movimiento y nos haya dado la palabra «páleo».

Hace años, cuando estaba lamentándome con un viejo amigo acerca de las tonterías del movimiento libertario, este me aconsejó: «Afrontémoslo. En un movimiento excéntrico, vas a conseguir un montón de excéntricos». Es verdad, pero nuestras ideas no son tan excéntricas. Aunque todos los movimientos son recipientes imperfectos para sus ideas puras, la maravillosa doctrina libertaria no es concebible que merezca esto. Una vez mi viejo amigo Ralph Raico, comentando sobre alguna atrocidad o algo parecido del movimiento, tomó esta cita maravillosa de la película El padrino, cuando Lee Strasberg, en el personaje de Meyer Lansky estaba dando homilías de Viejo Mundo a Corleone: «Cuando mataron a Moe (los Corleone) ¿dije algo? ¿Hice preguntas? No, porque me dije: Este es el negocio que hemos elegido».

Ralph parafraseó esto como «Este es el movimiento que hemos elegido». Vale. Eso funcionó como cierto consuelo durante años. Pero los páleos hemos terminado. Nos vamos. Deselegimos el movimiento. Vamos a formar un movimiento nuevo propio: el paleolibertarismo.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. Revisado Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.

http://anarcho-monarchism.com/2016/01/27/why-paleo/

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Entendiendo correctamente el paleolibertarismo. Pasados los años, Hoppe tuvo la oportunidad de...

Hoppe y el activismo paleolibertario

Entendiendo correctamente el paleolibertarismo.

Pasados los años, Hoppe tuvo la oportunidad de analizar la alianza activista libertaria-paleoconservadora de la primera mitad de los 90 que, en la historia del amplio movimiento libertario en Estados Unidos, es parte del antiguo activismo «paleolibertario», hoy en día ya dejado atrás hace más de dos décadas por sus antiguos líderes. Esta alianza, pragmática en cuanto al diálogo y la predisposición intelectual de unos a otros, y programática en cuanto al enemigo común identificado en el imperialismo americano y el Estado benefactor, fue llevada a cabo en los 90 para, por un lado, reivindicar el mismo libertarismo de antaño y bien entendido de siempre (inspirado en la vieja derecha americana) y acercarlo al ciudadano promedio; y, por otro lado, para generar e inspirar un cambio dentro de la derecha, rivalizando con el amplio movimiento conservador de la época, de predominante inspiración bucklista e intervencionista (nacional como internacionalmente), que incluía también en este amplio espectro a los líderes y políticos neoconservadores y sus partidarios.

Al fin y al cabo, eran paleolibertarios y paleoconservadores, lo que Rockwell llamaría después «paleoísmo», contra el resto de apologistas del statu quo conservador en la derecha (y contra los estatistas de todos los bandos). Pero el paleoísmo no solo rivalizaba con el establishment conservador que incluía desde antiguos miembros de la vieja izquierda —que se habían mudado a la derecha— hasta reaganistas, sino también con el establishment libertario y parte del movimiento libertario, desde los libertarios «modales» hasta los libertarios de políticas públicas del gran gobierno. Y fue precisamente el trabajo de los paleolibertarios diferenciarse de estos últimos.

Hoppe contó que, desde los libertarios, la cooperación con los paleoconservadores (conservadores no adherentes al establishment conservador) estaba motivada por la idea de que el libertarismo requería sociológicamente una cultura de núcleo burgués y conservador. La alianza suponía, para los austrolibertarios (los paleolibertarios o rothbardianos), romper con el libertarismo del establishment representado por institutos como el CATO y por el Partido Libertario; y para los paleoconservadores, suponía romper con «el llamado movimiento neoconservador que había llegado a dominar el conservadurismo organizado en Estados Unidos», representado, por ejemplo, por think tanks como el American Enterprise Institute y la Heritage Foundation.

Los austrolibertarios antiestablishment trataron y en general aprendieron del lado conservador respecto a «los requisitos culturales de una mancomunidad libre y próspera», pero el lado conservador, que tuvo la posibilidad de aprender economía austriaca («un hueco y una debilidad reconocidos en su armadura intelectual»), salvo excepciones, no estuvo a la altura. De esta experiencia, Hoppe aprendió una doble lección:

En primer lugar, se reforzó la lección que ya había aprendido en mi encuentro con la Sociedad Mont Pelerin: No deposites tu confianza en los políticos y no te dejes distraer por la política. Buchanan, a pesar de sus muchas y atractivas cualidades personales, era todavía en el fondo un político que creía en el gobierno, sobre todas las cosas, como un medio para lograr el cambio social. En segundo lugar y de manera más general, sin embargo, he aprendido que es imposible tener una asociación intelectual duradera con personas que, o bien, no están dispuestas, o son incapaces de comprender los principios de la economía. La economía —la lógica de la acción— es la reina de las ciencias sociales. No es de ninguna manera suficiente para una comprensión de la realidad social, pero es necesaria e indispensable. Sin un entendimiento sólido de los principios económicos, por decir al nivel de Henry Hazlitt en Economía en una lección, uno se ve obligado a cometer errores graves de explicación e interpretación histórica.

Hoppe reconoció haber desempeñado «un papel prominente» en la ruptura de la alianza poco después de la muerte de Rothbard, que derivó esencialmente en la salida de los rothbardianos. Con relación a esto, Lew Rockwell cuenta:

Mientras tanto, nos enfrentamos a un lío en los círculos libertarios. Aquellos que no habían firmado la agenda del orden establecido de los vendedores de DC y el imperialismo comercial estaban reconsiderando el mérito mismo del capitalismo bajo la influencia de Pat. Murray murió en 1995, dejándonos sin una voz importante para contrarrestar esta falsa elección. Afortunadamente, Hans-Hermann Hoppe entró en acción con una serie de artículos brillantes que explicaban qué estaba mal tanto con el libertarismo de izquierda como con el paleoconservadurismo (que se reescribieron en capítulos de su libro Monarquía, democracia y orden natural). Sin entrar en detalles aquí, el tema constante de Hans fue la urgencia moral de mantenerse enfocado en el enemigo real, que es el Estado y nada más, y recordar que las fuerzas del bien son inseparables del derecho de propiedad privada.

También es importante mencionar que Hoppe jamás siquiera se ha llamado ‘paleolibertario’ a sí mismo en sus escritos, más allá de que evidentemente no sea impreciso llamarlo como uno durante aquella época de activismo libertario, no solo por su libertarismo rothbardiano, sino también por su conservadurismo cultural afín a varias reivindicaciones hechas por Rockwell (más allá de la ideología libertaria estricta) en su famoso artículo paleolibertario. Igualmente, hay formas más rigurosas y consistentes (con su obra) de llamarlo que él mismo ha usado para sí: por ejemplo, «libertario de derecha».

Cabe recordar que el paleolibertarismo no fue ningún tipo de conservadurismo, como su nombre bien lo dice, paleolibertarismo (viejo libertarismo), pero libertarismo al fin (en este caso, uno de derecha). Este fue, entre otras cosas, un llamado de atención en el activismo libertario de la época para enderezar el rumbo del movimiento libertario y evidenciar las diferencias que se tenían con otros grupos de libertarios. El conservadurismo americano (el amplio movimiento que también incluye a los denominados neoconservadores de una u otra descripción) ha sido en general feroz y justamente criticado por los otrora exponentes paleolibertarios. En su momento, los paleolibertarios rescataron con los paleoconservadores cuestiones comunes y circunstanciales relativas a la cultura del hombre medio americano y algunos detalles de acción política específicos que, según la coyuntura de tales tiempos, ameritaron alguna vez tal alianza. El paleolibertarismo tampoco fue ningún «liberalismo conservador», el paleolibertarismo era radicalmente antiestatista, y en consonancia con sus dos exponentes más importantes de la época, los líderes intelectuales del antiguo activismo paleolibertario (Rockwell y Rothbard), el paleolibertarismo era evidentemente anarquista (como lo es, de hecho, el libertarismo rothbardiano).

Para aclarar confusiones alrededor del término «paleolibetario», Rockwell expresó alguna vez:

Hay otras opciones, como el término que una vez usé, «paleolibertario», que se refiere al libertarismo antes de que surgiera el movimiento para institucionalizarlo como un ala ideológica del aparato político del Estado. Este término se diseñó para abordar un problema muy serio que los libertarios de Washington habían llegado a verse a sí mismos como un grupo de presión suplicante que esperaba encontrar soluciones «basadas en el mercado» a los problemas de política pública pero dentro de la política pública, y por tanto apoyan los vales escolares, las guerras limitadas, el comercio administrado, los ahorros forzosos como una alternativa a la seguridad social y similares. Desafortunadamente, el término paleolibertario se volvió confuso debido a su asociación con paleoconservador, por lo que llegó a significar algún tipo de libertario socialmente conservador, que no era el punto en absoluto, aunque el intento de definición de libertario como necesariamente izquierdista socialmente también es un problema.

La estrategia paleolibertaria no generó resultados políticos de importancia. Y tan solo unos años más tarde, la alianza con los paleoconsevadores llegaría a su fin. La figura de Pat Buchanan, que los había esperanzado en un principio, y que era aún más apreciada por los paleoconservadores, terminaría cansando a los líderes paleolibetarios. Rockwell lo contaba así:

Para 1995, sin embargo, Murray había tenido suficiente, y emitió una advertencia de que el compromiso de Pat con el proteccionismo se estaba transformando en una fe integral en la planificación económica y en el Estado nacional. En otras palabras, en la antigua batalla entre el poder y el mercado, Pat estaba cada vez más del lado del poder (como lo han demostrado la mayoría de sus escritos posteriores). Habíamos recorrido un largo camino desde 1992. Era hora de seguir adelante.

Finalmente, como cuenta el mismo creador del término, «el movimiento páleo [el movimiento de paleolibertarios y paleoconservadores] había sido devastado por una combinación de seducción política, confusión ideológica y amargura personal. En los años siguientes, algunos paleoconservadores adoptaron sus viejos hábitos de denunciar cadenas de tiendas, platos precocinados y economistas austriacos muertos». Otros pasaron al trabajo académico y «al compromiso serio con las tendencias neoconservadoras». Quedaron entonces «los libertarios reales», los entonces paleolibertarios, que se reagruparon y «reorientaron sus energías en la educación, la escritura y la investigación y, con el crecimiento de la web y la expansión del Instituto Mises, reconstruyeron y revivificaron sistemáticamente las filas de los libertarios serios».

El edificio es más fuerte ahora, mucho más fuerte, de lo que era cuando comenzamos a enfrentar las demandas ideológicas del mundo posterior a la Guerra Fría. Y gracias a Dios, porque nunca se ha necesitado más la voz de principio para la libertad.

—Llewellyn Rockwell (2002).

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