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Techunas

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  1. Cuatro topleros empedernidos rememoran antiguas picadas, y extraños personajes en un necesario rescate de la memoria colectiva masculina. En su relato “El Unicornio” del caracol Bandera, el Salamandra y el Pussycat son recuperados del olvido con viril nostalgia. Un vivido retrato del chileno califa que todos los días anda en metro. Al doblar por Cumming hacia San Pablo el efecto polilla salta a la vista. Dark Vicius, aferrado al volante de su todoterreno, se estaciona frente a un inmenso neón con letras rojas que anuncia en cursiva la llegada al club Bauhaus. Un piquete de soldados de la noche, apostados a la entrada del edificio, nos da la bienvenida como auténticos goodfellas. Dark Vicius, Wallabies, Frenético y Marito, mis anfitriones esta jornada, saludan a sus partners y besan a las chicas que corren a recibirlos. Los muchachos reparten invitaciones y, sin mayores preámbulos, nos precipitamos dentro del local. Una pantalla gigante ubicada al final del salón exhibe el partido entre Colo-Colo y River Plate. “Fútbol y minas, que más querí”, me dice Dark, mientras una voluptuosa morena comienza a ronronear en su hombro. No mas de cien hombres, con su respectiva argolla fondeada en el bolsillo perro, observan las alternativas del partido, mientras unas rubias de plexo henchido acarrean bandejas con tragos y cervezas. “Allá están los cabros de La Estokada”, comenta una mina apuntando una mesa ubicada estratégicamente a un costado del escenario. La comunidad cibernético-carnal más grande del país comparte alegremente en su nueva salida a terreno. Los seudónimos virtuales afloran espontáneamente exaltando el alter ego digital. Tulaguena, Diegoloso, Hotmacho, Piedra de Curanto, Harun al Raschid y Mister Black son algunos de los sugerentes nicknames que algunos utilizan en el foro. En su mayoría son hombres entre 25 y 55 años con cierto poder adquisitivo para darse algunos “gustos”. Hay empresarios, abogados, contratistas, vendedores, oficinistas, estudiantes, en fin, todo el espectro social de la economía “emergente” que aspira a gozar, a su modo, parte del paraíso prometido. Desde que La Estokada se escindió de Pornochile, la agrupación suma alrededor de 20 mil miembros, divididos en distintas aficiones con un solo denominador común y en mayúscula: SEXO. Frenético, después de beber un sorbo de cerveza y silenciar un eructo con la mano empuñada, confiesa con aire filosófico, “somos personas que sin saber nada el uno del otro se declara amante de un solo bien común, que es la mujer, en todas sus formas y expresiones, como la cafetera, la toplera y la trabajadora sexual”. Inconscientemente, después de la arenga, las miradas se incrustan en el escote de un llamativo “bien común”. La chica se llama Cherry y luce un busto de 250 cc recién implantado que amenaza en cualquier momento desbordar su body. Es tan visible su orgullo que cuando alguien la invita a fotografiarse desenfunda la derecha o la izquierda sin mayor reparo. “Qué Marlén Olivari ni qué ocho cuartos”, susurra un calvo de bigotes que observa la maniobra con apetito de lactante. “En este ambiente da lo mismo que tú seai de la UDI, del PPD, de Patria y Libertad o del Frente porque aquí somos todos unos calientes de mierda”, relata Marito, quien se inició en el mundo topleril hace más de 20 años en el mítico café espectáculos “La Tetera”, ubicado en aquel entonces a un costado de la Catedral metropolitana. Marito y sus colegas pertenecen al segmento de la Estokada adicto a los topless. Su amor incondicional a las luces de neón los ha transformado en una suerte de historiadores populares del ambiente. Y están aquí para rememorar, según sus palabras, el invento social más creativo de los últimos 30 años. Primeras Armas Los más futboleros, a medida que el pressing asfixia a Colo-Colo y el marcador huele a irremontable, empiezan a vislumbrar lo que depara la noche. Poco a poco comienzan a llegar chicas de café, escort y bailarinas de topless. La mayoría viste jeans ajustados, poleras con letras doradas, cinturones anchos, carteras de correa corta y zapatos con terraplén. La inversión en ropa y “recauchaje” es evidente. Fernanda y Ayleen, recién llegadas al local provenientes del “Tentación Grado Tres”, son agasajadas de inmediato con dos roncolas mientras Wallabies, apostado en la barra, se deja regalonear por dos chicas que acarician su barba de vez en cuando. La mayoría de los foreros reconoce tener pareja estable y no buscan reemplazarlas, según ellos, sino sólo experimentar emociones nuevas. Frenético no tiene reparos en admitir que lo suyo es bastante similar a una adicción. Desde que se separó de su mujer buscó en la variedad el sustento del amor perdido. Y no se queja. “En noviembre del 2005 tuve 17 incursiones con mujeres distintas, más un dual. Lo tengo todo registrado. Cada una te entrega lo suyo y te ofrece un mundo distinto. Sin compromisos ni nada”, asegura. -Es que cuando empezai a meterte en esta onda encontrai a todas las minas ricas, como que te afloran las feromonas. Cuando andai en la calle las minas te cachan altiro que andai caliente y esa gueá engancha-, agrega Marito con una piscola en la mano y los ojos clavados en una rubia con trasero de mandolina. El primer tiempo ha finalizado y Colo–Colo pierde por la cuenta mínima. La única delantera que ha funcionado esta noche ha sido la de Cherry. Ni “Chupete” Suazo ni el “niño maravilla” han tenido la audacia y la contundencia de la Morena que continúa sacándose fotos con parte de la “hinchada”. -Acá hay gueones que han hecho cagar las cuentas corrientes, han perdido departamentos, casas. Yo mismo, sin ir más lejos, me gasté la plata que tenía para comprarme un auto. Si esta guevadita tira más que una yunta de bueyes-, afirma frenético. -¿Y por qué me miran a mí?-, comenta Dark Vicius mientras se escabulle a unos sillones ubicados en el lado oscuro del salón. A medida que el segundo tiempo avanza las chicas comienzan a subir al segundo piso a preparar el show. Mucho antes de que estas muchachas nacieran, Frenético y Marito, hacían sus primeras armas en el movida toplera. Era el tiempo del toque de queda y en el barrio chino de calle Bandera comenzaban a aflorar los primeros negocios de desnudismo diurno, a principios de los años ochenta. El primer local en instalarse en Bandera 642 fue “El Fiebre”, mucho antes que la prensa bautizara al edificio como “el caracol de la muerte”, después que en una riña lanzaran a un sujeto volando desde el quinto piso. Después abrieron “El Fama”, “El Sensación”, “El Mami Show”, “El Génesis” hasta completar 12 negocios de diversión para adultos. Pero todos coinciden que no fue hasta la aparición del Unicornio que el Caracol Bandera adquirió el cartel de leyenda. -El Unicornio era el más warrior del caracol. Tenía las mejores minas y era grande porque ocupaba tres locales. Además era entero descuadrado porque todos afilaban a la vista de los demás y a fierro pelado-, agrega Dark con un dejo de nostalgia. -Con el tiempo se empezó a poner flaite. A veces llegaban los pacos y te hacían empapelar la muralla. Fijo que encontraban estoques y cuchillos debajo de los asientos y siempre terminaban llevándose a algún maleante-, cuenta Frenético. Pese a la peligrosidad del ambiente, Marito siempre acudía con frecuencia. “Como el pasillo estaba en bajada uno se iba con el vuelito de la calle y llegaba al toque. Me acuerdo que había una mina que era una veterana y que se ponía un cigarro ahí abajo. De repente apagaban las luces y se veía como salía humito. La gueá loca. Una vez que estaba haciendo el show me dijo que le metiera los dedos y yo le dije, chi, no me digai que también chifla”. Nunca faltó el espectáculo de ribetes circenses ni el especimen extraño que aparecía de vez en cuando. Todavía muchos recuerdan las andanzas de “el chupapatas”. “Como era buen cliente las chicas se le acercaban de inmediato. Siempre escogía a la mujer con los pies más hediondos y transpirados. No estaba ni ahí que hubiera gente al lado. Le dejaba las patas limpiecitas a las minas. Primero langueteaba un pie y después el otro. Llegaba a poner los ojos blancos. Parecía como que estuviera poseído”, rememora un forero anónimo. El rincón acogedor El segundo gol de River Plate termina por sepultar las esperanzas del público que comienza a esperar con ansias el termino del encuentro para mitigar las penas. A un costado de la barra un pequeño televisor muestra el show de Tom Jones en el festival de Viña. Ángel, una rubia de escote infartante, acompaña al ídolo galés entonando Sex Bomb. Marito auspicia otra corrida de rones y vuelve hurgar en el baúl de los recuerdos. “Cuando murió la movida del caracol Bandera en el año 95 llegaron los tiempos del Salamandra”. Dark Vicius, desde las sombras, asiente con la cabeza. -El Salamandra siempre tuvo fama de segundón pero en sus tiempos de gloria se llenaba de oficinistas de cuello y corbata a la hora de colación-, agrega Wallabies. -Aunque las minas te urgían harto para concretar, lo mejor del local eran las bajadas del escenario. Tenía un pasillo y, cuando pasaban las minas, todo el mundo tiraba las manos. Era como un callejón oscuro. Tampoco faltaba el caliente que esperaba que la mina se hiciera una manual en el tercer tema y saltaba al escenario a peinar la alfombra-, recuerda Frenético. -Lo otro entretenido del local era que tenía un rinconcito, al lado de la caseta del dj, que servía para incursionar con las minas. Ahí pasaba de todo. Me acuerdo que el piso era más pegajoso que la chucha y cuando caminabai se te pegaban las gomas de las zapatillas-, agrega Dark. “El rinconcito acogedor” del Salamandra es recordado continuamente en La Estokada. Pichulaini, escribió hace un tiempo en el foro, en la sección “Historia Freaks de Topless”, una de las anécdotas más sabrosas del aquel escondrijo. “Estaba con la Johana que era entera rica y tenía lejos el mejor culo de la época. Ahora tiene la media guata y creo que hasta es abuela. La cuestión es que la invité a la típica bebida y al posterior polvo al lado de la casilla del DJ. Como era warrior le di guerra, tanto así, que fueron tan intensos los movimientos que bajó el DJ y me fue a echar la foca. No alcancé ni a decir pío y salta la mina y le dice “qui ti paza con el cabro tonto sapo y la culebra, no veis que estoy trabajando”. Y yo me chupé tanto que el niño se escondió. Pero la mina me dice “no te preocupí, papito, le voy a dar unas chupaditas extras” y así seguimos hasta que terminamos”. Correazos en el culo Son cerca de las 11 de la noche. Colo-Colo acaba de perder por dos goles a uno, Tom Jones acaba de recibir la segunda antorcha de plata y Marito acaba de empinarse el último concho del tercer combinado. Las mesas se alejan de la pantalla gigante y comienzan a rodear el escenario. Mientras las stripper afinan los últimos detalles antes de salir a escena, Frenético comienza a rememorar el último bastión del toplerismo Santiaguino. “Cuando cerraron el Pussycat en febrero de 2005 murió la época de oro de los topless. Todavía cuando pasamos por ahí nos ponemos a llorar, dejamos flores y nos persignamos”. Por alrededor de una década el Pussycat y el Showgirls, ubicados en el subterráneo de la galería que está en merced con San Antonio, sirvió de refugio a las hordas topleras de la ciudad. -El Pussy como que le subió el pelo a los locales del centro. Tenía una infraestructura la raja, ventilación, tres escenarios, privados, era enorme y además tenía minas ricas-, comenta Dark mientras le guiña el ojo a su acompañante. -Además, en el subterráneo funcionaban unos pooles y el Goyescas, que era un restorán del dueño del Pussy, donde uno esperaba a las minas, se tomaba su copete e incluso incursionaba-, cuenta Wallabies. -En ese tiempo el dj animaba. Que suba el calentómetro decía y todos los gueones gritaban como perros hambrientos. Mientras más gritaban más minas salían. Siempre preguntaban si había un compadre de cumpleaños. Si no salía nadie tiraban a cualquier loco para arriba. A la mayoría de los gueones le venía pánico escénico y no se les paraba. Ahí todo el mundo empezaba a gritar maricón, maricón-, cuenta Dark. -En ese momento el comportamiento era de manada. Todos aullaban. Era una locura total-, recuerda Marito. La calidad de las performances variaban de acuerdo al estado de ánimo de las strippers. A veces eran tiernas pero en otras ocasiones se transformaban en unas verdaderas posesas. “Si por esas cosas de la vida te subían al escenario y andabas con cinturón las minas te lo sacaban y te amarraban al tubo. Después te bajaban el pantalón y hacían tira el calzoncillo. Todos pensaban que al compadre le iban a hacer un trabajito entre todas pero de repente entra una mina y le empieza a pegar correazos en el culo. Una vez caché a un tipo que pedía por favor que no lo azotaran tanto”, relata Wallabies. -“Eso no es na, una vez unas minas amarraron a un loco y le echaron esperma caliente en el cuerpo. Incluso una intentaba meterle la vela prendida en el culo. Así era el juego. A veces te podían hacer de todo arriba o te salían con la sorpresita de los correazos o las velas”-, agrega Marito. La conversación se detiene a las once y media en punto cuando la primera stripper baja las escaleras del club con un diminuto bikini blanco y un micrófono en la mano. Es la chica con trasero de mandolina que se contoneaba en la barra. Los estokadores aprovechan la ocasión para sacarle partido a la nueva generación de celulares con cámara incorporada. -Esta mina le apagó la velita al guatón de Pelotón cuando estuvo de cumpleaños-, comenta un forero a la pasada. -Sí, es del lote que estuvo en la despedida de soltero del Mago Valdivia-, agrega otro. Luego de los agradecimientos de rigor la rubia comienza bailar sobre las baldosas iluminadas. Sus movimientos son tan sutiles que a nadie se le ocurre interrumpir la danza con un vulgar chiflido. Esta claro que no estamos en el Salamandra. Lo único que se acepta aquí son fotos. Solo al finalizar el show los vítores irrumpen con resonancia orgásmica. visto en www.theclinic.cl
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