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haposaineko

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Todo se publica por haposaineko

  1. Cada regreso posee esa exquisita cualidad de ser íntimo, intenso, desde el momento que la puerta se abre ante mí y su abrazo cálido me envuelve. Allí, su sensualidad se despliega subrepticiamente envolviendo mis sentidos, mientras se desplaza por la habitación, en esta media tarde de lunes, y me cuenta cómo van ocurriendo las cosas hoy en su vida, en una agradable y cercana conversación. Realmente, puedo reconocer que a pesar del tiempo sin vernos, igual aprecio profundamente el poder encontrarme allí, poder encontrarla. La bebida queda sobre el velador, sus manos me buscan, me exploran, sucumbo ante ellas, y el tiempo corre sin prisas, en tanto me sumerjo en su cuerpo como si se tratara de un sueño. Así es ella, conmigo, espectacular… en un rincón de la habitación hay un ramo de rosas.
  2. Carlita. Años de conocerla, y primera vez que cuasi recibo un posteo suyo, donde me agradece el gesto de enviarle flores. Recalco que es todo un privilegio recibir sus palabras (aunque, imagino que por la emoción, ha escrito mal mi nick). Lo que no aminora la emoción que siento, más aún si pienso que regalarle flores es lo mínimo que merece alguien tan especial como lo es usted para mi. Así que, espero siempre volver a tener la oportunidad de agasajarla, y que usted me permita hacerlo.
  3. Cuando comienzo a creer que ciertamente este inusitado exilio se prolongaría por mucho tiempo más aún, ella me sorprende. Así, como quien extrae un conejo blanco de una chistera borra todos estos meses de espera y me concede ir a verla en este martes de marzo cálido aún. Redime así de ese vacío a este espíritu candente que pugna por capitular bajo sus manos cuántas veces sea posible. Lo cierto es que no me acostumbro a esperar. A esperarla. Se lo dije una vez, son tan largas las esperas y tan breve el tiempo para estar con ella. Es tan exquisita. A esperarla. Otra vez. Mientras tanto, Gracias, Gracias, Gracias por el privilegio.
  4. Curioso!. Acabo de darme cuenta que me borraron un post del 11.01.2013 Relataba que el Miércoles 09.01.2013 pude verla, (costó casi un mes de espera). Lo cierto es, que hasta ese día doy fe que ella estaba viva, agradable, intensa y hermosa como es. Ahora bien, a tener paciencia, pues vale el sacrificio de esperarla.
  5. Ceder. A la tentación. A reencontrarla. A quedarse atrapado en ese tiempo único. A volver a refugiarse allí, en el calor de la tarde, en el atardecer de este jueves. A acogerse a su encanto una vez más. Como un rito constante. Como una adicción. Si se pudiera, pasaría más horas aquí. Regresar. Cada vez. Cuando ella lo permite. Cuando la encuentras. Estar allí, bajo esa exquisita fascinación que más de alguien ha mencionado. Luego, cuando has consumado tus sentidos, cuando has saciado tu espera, devolverse a la ciudad. A esperar. Para verla otra vez.
  6. ¿Cómo hace uno para agradecer un encuentro como el de ayer? ¿A qué recurres para describirlo, narrarlo, dejar constancia que es cierto? Relatar algo así es como cuando le cuentas a un amigo que tienes la privilegiada oportunidad de citarte con la compañera más hermosa del curso, y caminas por el paseo más concurrido de la ciudad, y observas como los transeúntes se voltean a mirarla descaradamente, porque el claro de su pelo, su piel blanca, su rostro, su tenida ajustada, su magnífico derrière que se alza imponente, la hacen sobresalir del ajetreo de la tarde, la hacen lucir exquisita. Y ella parece no consciente de la provocadora e infernal sensualidad que se desprende de su cuerpo y camina entre la multitud normal y sencilla, ajena al efecto que provoca, y pendiente sólo de tu compañía. Lo vives y puedes observar a la gente sin sentir celos. Porque ella te pertenece. Porque no necesitas siquiera imaginar aquellas íntimas oportunidades en que has podido acudir a verla y te has rendido cada vez a sus encantos (en cada encuentro en su habitación). Porque experimentas un recóndito y sano orgullo por poseer a alguien como ella, y que el resto de la ciudad se ha perdido con cada día que pasan sin conocerla. Así es como siento cada vez que me permite verla. Gracias por el honor y el privilegio.
  7. Como si emergiera de un sueño, ella ha vuelto, tan magnífica como suele ser. Un tiempo muy intenso para estar con ella después de varios meses sin verla. Me cuenta que estuvo fuera de Santiago estos últimos días. Me había imaginado que era así. Así las cosas, y como si fuera parte de un rito: un vaso de bebida para la calidez de la tarde; la amena charla de viejos conocidos, una ducha refrescante y… esos detalles que hacen de este reencuentro algo especial. Resultó ser un día privilegiado. Obvio. Con lo difícil que resulta a veces contactarla. Paciencia y perseverancia: Existe un tesoro al final del arcoíris. Lo había dicho alguna vez: Te hace sentir especial, su trato, su cercanía, tanto, que cuesta (en lo personal) dejar de verla. Yo me siento privilegiado. Descubro cada vez, aunque pase el tiempo, que su intimidad e intensidad se mantiene incólume. Acceder a ese tiempo en que puedes observar que sigue tan hermosa y, como tal vez leyendo un poco a Neruda, descubrir que constantemente expele una telúrica sensualidad que arroba y extasía los sentidos. Gracias por permitirme estar contigo una vez más.
  8. Cuando uno conoce a Carla, y como queda de manifiesto en muchos de los mensajes que puedes releer con paciencia desde esa página inicial de septiembre de 2009, hasta el presente, descubres a una muchacha hermosa por lo demás, que se cuida y se arregla para ofrecerte su servicio con esmero. Aprendes, en ese momento, y además, cuando reincides con ella, la importancia que le concede a su trabajo, y tú agradeces su dedicación y preparación. Recibes una atención que incluso no está medida en tiempo. ¿Cuántas veces me esperó cuando me retrasé por alguna causa? ¿Cuántas veces dejó que me quedara más horas de lo debido? ¿Cuántas veces se apuró en llegar a su departamento sólo por atenderme, en horarios tan diversos? Llegar a conocerla, cuando ella te lo permite o incluso a primera vista hace que te des cuenta que es educada, sobria, calmada ((Bueno, no cuando debe enojarse claro está), y que posee aspiraciones, se proyecta en el tiempo en cuánto a crecer y ser cada vez mejor. A este respecto opino porque yo la seguí mucho tiempo. Espectacular. Es mi opinión. Soy un viudo sin remedio. Incluso la llamé hace poco para compartir con ella mi opinión. Pero es sabido que es difícil a veces contactarla. Quienes puedan ir a verla, deben ir a verla, y aprovechar de manifestarle que pase por alto estas situaciones absurdas. Ella es más. Siempre lo ha sido.
  9. Decir que es una hermosa lolita, es poco. Mucho de su encanto no queda contenido en esa descripción: la intensidad de su mirada maldadosa mientras te devora, su boca fina, generosa, húmeda y acogedora, su sonrisa permanente, su actitud cálida y cercana, agradable, hospitalaria, y lo que muchos describirían como esa enervante diabólica inocencia que se desprende de su edad, de su cuerpo, que te subyuga y te lleva a ser delicado con ella al principio y luego desatarse hasta alcanzar el frenesí de la entrega. Aquel sábado, el último de julio, asistí a verla, más por curiosidad que por convencimiento, sin embargo, ya estaba cerca de su departamento. No me arrepiento de mi decisión. Incluso, no es menor admitir que se escapa a mi presupuesto. Lo que impide que pueda volver a verla pronto, tanto como quisiera. Habrá que esperar. Ella estaba vestida de calle, es decir, se había arreglado para salir cuando llegué: unos pantalones negros ajustados, chaqueta ceñida, zapatos altos, pelirroja de carita dulce. Hermosa. Me quedé, embelesado y todo. Se despertó mi sátiro interior. Y, a pesar de llevarle tres veces su edad, su atención siempre fue cercana, juguetona, como profesor y alumna, con esa faldita escocesa corta y su blusa transparente, que desaparecieron para dejar paso a unos senos pequeños pero acordes a su figura, una piel blanca y suave, que acaricié hasta el hartazgo, unos besos tímidos al principio, pero exquisitos al final. La atención, excelente, muy complaciente; el tiempo, se consumió solo, sin premuras, sin llamadas inoportunas. Ahora, que han pasado varios días desde entonces, comprendo que no es lo mismo leer un relato erótico sobre ella, sin conocerla, y tratar de imaginar cómo será, a haber vivido la experiencia de su desnudez, y releer cada línea y reconocer cada gesto, cada detalle de su cuerpo, cada palabra de su agradable conversación, cada gemido, cada minuto en esa habitación.
  10. Coincidir. Reincidir. Capturar el momento aquel en que se recorre la ciudad, a través de su ruido incesante, para ir a verla. Curiosamente en el tráfago resaltan las voces femeninas, los vehículos ensordecedores, la prisa manifiesta en el rostro de la gente. Un día caluroso de noviembre. Recordar su voz cuando me dice, ¿vendrás a verme?. Como si no la hubiese esperado todo este tiempo. Juntarnos en un restaurant. Me invita un jugo. Así es ella conmigo, muy gentil, mientras me relata sus vicisitudes en todo este tiempo sin vernos, como viejos conocidos. Después, caminar por el centro, mientras observo su figura. Preciosa. Una sirena se escucha persistente, alejándose. A pocas cuadras está el edificio de su departamento. Aprecio su forma de ser conmigo. Paciente. Confiada. Me retrasé 15 minutos y la llamé para avisarle. Sólo me dice…-Te espero. Detalles como ése me hacen sentir importante, como si fuera dueño de su tiempo. Y pareciera ser cierto. Relajada. Atenta. Ya en la habitación me ofrece un vaso de bebida. Es un bonito departamento. Demuestra que a ella también le gusta cierto nivel de cosas. Se desenvuelve mundanamente, como si fueras un invitado, un familiar, como si cada tarde acudieras a tomar onces con ella. Luego, luego existe ese lapso de desnudez en que sus manos cálidas recorren un tiempo anhelado y único, de abandono y regreso, en el que manifestar la intensidad del deseo y el sosiego que hay en su cuerpo, en sus esperados besos, sus gemidos. Así es ese encuentro. ¿Una hora treinta? Quizá más. Así, sin prisas. Hubiese querido quedarme más tiempo. Ir de compras con ella al supermercado. O al cine. O sólo conversar. Sin embargo, otros compromisos me obligaban a recoger mis cosas y marcharme. Incluso hubiera querido llamarla más tarde, desearle buenas noches, manifestarle que la había extrañado, que ha sido grato volver a verla. 23.11.2011
  11. Ja-já. Ingenioso don danychris... «calentointelectual»! Prefiero Talento intelectual. Pero es que ese ángel se merece un relato así. Respecto al informe... es cosa de leer hacia atrás... Aparte que en el texto se va haciendo mención sin poner notas porque ella obtiene Distinción a mi juicio.
  12. Nobleza obliga: Reporte: Comencé a llamarla ese martes 14, a partir de las nueve de la mañana. Cada una hora. Había leído que resultaba difícil contactarla, de tal suerte que algunos tardaban meses en ubicarla, otros incluso más y sin embargo sin lograrlo. Al menos su mensaje en el buzón de voz me indicaba que era real, cálida, asequible. Cada una hora. Ordené el trabajo en la oficina de tal modo de cumplir con cada llamada, como si fuera un ritual. Si había de pasar meses antes de conocerla, mejor darle curso desde ya a la travesía y a la espera. E insistir. Tal vez la paciencia y la perseverancia rindieran frutos. Cada una hora. A las 16:00 horas dejé de intentarlo. Mi jornada laboral concluyó, pero no me desanimé. Aquel miércoles se inició respetando la pauta establecida el día anterior. Cada una hora. A pesar del trabajo, las reuniones, los proyectos, los informes. Un retraso en una de las reuniones, me llevó a llamarla a las 15:30 horas. Contestó. Sí. Era ella. Podría verla hoy a la salida del trabajo, a las 18:00 horas. Había logrado reunir los designios que hacían proclive tiempo y lugar, sueños y prodigios. Y experimenté el íntimo nerviosismo de enfrentarme a lo desconocido. De modo que una hora antes de lo convenido llegué a la metroestación. Sólo entonces me diría dónde encontrarla. Para atenuar la espera, me quedé en un local de comida peruana, leyendo. Recuerdo que al salir de la metroestación otro pasajero me preguntó por ciertas calles. No conozco tanto esta ciudad como quisiera, a lo más sólo pude indicarle que consultara con una oficial de tránsito que en ese momento se encontraba allí. La llamé 10 minutos antes de lo acordado. Entonces, me indica cómo llegar al edificio que se alza en la conjunción de dos céntricas calles. Extrañamente, son las mismas calles por las que me habían preguntado al salir de la metroestación. Dejé mi cédula en la conserjería y subí hasta el piso en que se ubica su departamento. Presiono el timbre y aguardo. Abre la puerta una joven sencillamente hermosa. Al menos para mí. Botas, jeans y blusa ajustados a su cuerpo, que realzan su figura, exquisita. De agradable conversación, gentil, hospitalaria. Percibe mi nerviosismo. Mal que mal es primera vez que concurro o recurro a un servicio de esta índole, y aunque ella no lo sepa le he concedido el honor de esta iniciación. Me ofrece un vaso de bebida. Me arrellanó en el sillón y contemplo en el muro una reproducción gigante de aquella fotografía en que luce un vestido rojo ceñido. Espectacular. Impactante. Sin embargo, me quedo con la imagen más sencilla de la muchacha que está junto a mí. Puedo observar las finas lineas de su rostro, los lunares que desaparecen en sus fotografías, lo exquisito que resulta observar sus movimientos, la seducción que emana su figura. Desaparece unos instantes para preparar la habitación y luego, me llama. Cuidadosamente miro la pequeña sala: una camilla, un calentador, en un rincón un delfín y una abeja. Recuerdo que alguien los mencionó en alguna ocasión. Un mueble de puertas batientes adosado a un rincón. Un notebook, donde ella selecciona una secuencia de música. Me pregunta si soy friolento. Le respondo que espero que no. Me ofrece un colgador. No puedo evitar pensar en esas ocasiones en que una doctora te observa y te dice: Quítese toda la ropa, déjela donde guste, y tiéndase en la camilla, y uno obedece y cumple el ritual de desnudarse a pesar de la inhibición que lo sobrecoge a uno, porque no es fácil transparentar así como así las carencias, los descuidos a los uno somete al cuerpo, y quedarse desarmado frente a una muchacha tan angelical, eso es una realidad que inevitablemente lo supera a uno. Entonces, desnudo, uno se refugia en esas pequeñas manías que lo mantienen a uno unido al mundo, y conservan ese mundo en orden. Ella sonríe. Le llama la atención la pulcritud y la meticulosidad de mis gestos. Me gusta observarla. Después, viene el abandono, tendido sobre la camilla, experimentando la más extraña indefensión que pudiera asolarte a través de los últimos años, tan sólo cubierto por una toalla, atento a toda la secuencia de sonidos que comienza a desplegarse alrededor: frascos que se abren, cremas que escurren, manos que se frotan, y luego, una sensación de bienestar que se va desplegando a través de las caricias que recorren tu cuello, tu espalda, tu cintura, tus muslos, tus piés; sus manos expelen un calor casi sobrenatural, en tanto, canta constante y agradablemente, y la vibración del delfín se extiende por tu cuerpo. Aún no recuerdo todas las cosas que pensé en esos minutos, abandonado a un tiempo sin conexiones, ni llamadas ni urgencias. Era como abstraerse y disfrutar a escondidas de un preciado y anhelado regalo, un presente de cumpleaños, la satisfacción de alcanzar después de años algo muy merecido; la sensación en extremo dulce de percibir el sonido de ropas que caen, la proximidad de una desnudez apabullante y cálida que no puedes ver ni tocar y que, sin embargo, está allí, para ti, en obsequio a tu espera, y que te va envolviendo, que su respiración abrasadora recorre tus puntos cardinales, que deja dentelladas en tu dermis, que busca envolverte y cubrir tu propia desnudez, que sus gemidos te acercan a abismos insondables, que sus labios prodigan besos que ya no recordabas, hasta que sobreviene ese esperado momento en que volteas y se revela a tus ojos la magnificencia que puede contenerse en una mujer, que puedes al fin palpar lo eternamente inalcanzable. Recuerdo haberme quedado absorto contemplándola. Tan hermosa. Tan cálida. Tan generosa. Su rostro complaciente. Su mirada de un azul intenso y profundo. Dos seres carentes de ternura detenidos en un tiempo único e irrepetible. Hubiera querido extenderlo y extenderlo, hasta abarcar más de lo que pudiera ser capaz, que le pregunté ¿y después qué? sin darme cuenta que le estaba confesando ese atávico temor a romper la magia de ese instante por cuanto sabía que después ella jamás podría volver a pertenecerme como hasta entonces. Es como aceptar indeleblemente que algo obsesivo se ha introducido en tu piel y ya no podrás dejarla jamás. Lo sé. Sé que uno cierra la puerta al alejarse y vuelve a convertirse en ese ser obscuro que habita la ciudad y la vida de otros. Sin embargo, llevo en mí esa derrota de no haber alcanzado a plenitud la magia que se contenía en su cuerpo, y, aún así, llevo la férrea e indeleble certeza de haber caminado a través de la luz que ella irradiaba, de haber sucumbido a través de su embriagador abismo, de haber alcanzado plenitudes antiguas, íntimas, irrenunciables. Alguna vez me preguntan, ¿volverías? La verdad, mi pregunta es, ¿querría ella que volviera? Es como esos dichos de la universidad en que justificas ciertos actos: con un ángel como lo es ella no puede ser pecado. Ahora bién, la duda que aún tengo es ¿para qué era la abeja?
  13. Estimados Soy antiguo observante de este foro :winner_first_h4h: . Observante en el sentido que me he entretenido leyendo tanta aventura, logro y anécdota ocurrido a los asociados, permaneciendo inmune e incólume ante tanta tentación provista en el foro. Llegada la hora de registrarse cumplo con presentarme. Y, como expresó alguien por ahí... nobleza obliga, y cumplir con expresar mi opinión ante algún suceso de aquellos, trás el cual uno no sabe si ha sido un sueño o ha sido real... Es que hay tanto ángel :littleangel: que se anuncia en este foro, que uno no sabe si ha hallado el paraíso rondando esta tierra o no ha concluido nunca de soñar. :mf_bleughyellow:
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