Muy bien estimado, acá van unas tallitas de carrete penquista.
Cuando era pendex estudiaba en el Instituto de Humanidades, estamos hablando de la ultima mitad de los 80, y una de las leyendas era la tía Olga por un lado y la calle Orompello por otro, la en esos años famosa calle de las putas. Era colegio de puros hombres y regentado por curas, así que te aviso la cantidad de pajas que cada uno se pegaba imaginándose un polvo donde la Olga. Pues bien, llegó la graduación con fiestecita a las seis de la tarde, de corbata y esas leseras en el gimnasio del colegio, cuando un lote de tránsfugas nos juntamos, separamos a los mamones (que se negaron a tomarse un taco de whisky escondidos en el patio) y partimos donde la Olga. Eramos un lote de diez calientes, tomamos dos taxis y partimos. En ese tiempo doña Olga todavía atendía el local, grande y con muebles de época. Era una casa de putas de las de antes, con piano (de adorno no más, lo que más sonaba eran cumbias y boleros por unos parlantes), campanillero fleto, poncheras y doña Olga recibiendo a los parroquianos en vestido escotado y repolludo. Me acuerdo que nos recibieron en el lobby de sofás floreados unas doce chicas, maquilladas un poquito en exceso, vestidas normalmente pero todas con sonrisa warrior (usted me entiende, ¿cierto?), eran todas veinteañeras a juzgar por el peinado con chasquilla paraguas que usaban. Era un día sábado de mediados de diciembre, año 89, y me acuerdo que mientras avanzábamos por el vestíbulo estábamos todos nerviosos, cagados de la risa, envalentonados, pero tratando de no pasar por pavos, inútilmente por cierto, ya que desde la entrada nos tasaron por la pinta y por la cara de pajeros que teníamos. La cosa es que nos sentamos a conversar con las pibas, nos ofrecieron ponche de frutilla heladito, y después discutimos los precios. Luego nos fuimos a las piezas uno por uno. A mí me tocó una chica morena, no me acuerdo como se llamaba, pero recuerdo que era morena, tetas duras y un culo precioso. Tiramos y todo (no era mi primera vez) en su pieza, pero recuerdo que lo más desarmante fue que todo el rato tuvo la tele de su pieza encendida en la última parte del Sábados Gigantes de ese día. Fue toda una hazaña tirar con esta mina mientras se escuchaban los alaridos de Los Eguiguren, no me pude concentrar...
En fin, luego nos juntamos todos en el lobby, las minas nos fueron a dejar, y como corresponde a pendex inexpertos cada uno se enamoró de la chica que le tocó y juró volver. Doña Olga nos dio las gracias y nos fue a dejar a la puerta y nos pidió que nos fuéramos luego, que en una hora más llegaban las autoridades de Conce, los jefes de zona, uniformados, el intendente, hasta el alcalde, todas las autoridades del último año de dictadura en Concepción. Volvimos a la fiesta como si nada, pero ya todo el colegio sabía de nuestra incursión. El Padre Rector nos quería matar, pero llegó tarde, ya habíamos a esa hora salido de cuarto. Hasta el día de hoy nos echan tallas por esa salida.
Eso fue con la Olga. En una próxima edición van las historias en el Portón Verde, en el cuarto privado de la discoteque Barceló, las cachas furtivas en los prados de la U. de Conce y los amaneceres alcoholizados en la playa de Dichato abrazado a la chica de turno.
Saludos y gracias por la paciencia.
:drinks: