George Bataille escribió una novela (entre varias) con una clara intención de explorar las penumbras del erotismo. Dicha novela se llama “Mi madre”. Es una colección de descripciones de encuentros sexuales que van escalando en intensidad y en su efecto transgresor. El protagonista, quien relata las escapadas eróticas de su madre, una mujer que entra a la madurez, pero aún reteniendo sus atractivos femeninos, avanza paso a paso, siguiendo el derrotero de la enceguecedora búsqueda del placer a la cual su progenitora se abandona.
¿El final?
El único posible. La última transgresión, después del sexo lésbico, el sexo grupal, el sadomasoquismo: el incesto. Ella, la madre, seduce al protagonista. Y luego, lo inevitable: el suicidio de la madre.
¿Por qué?
Pues porque después de ello, después de ese acto, ya no hay más barreras que derribar, no más límites que cruzar. No hay más vida. Y ya no hay más placer que buscar. Todo se conoce. Ya no hay mentira que defienda.
El suicidio de la madre del protagonista es un acto de sinceridad.
Lo cual es interesante.
He sido miembro de este foro por varios años. Leyendo, aprendiendo y conociendo a los hombres y mujeres alrededor de la búsqueda de placer. A veces he leído cosas que me han hecho reír. Otras veces he quedado con una sensación de disgusto. Otras, de abierta repulsión. En el espacio del impulso sexual, que es común a todos los seres humanos, he visto como aquí se configuran relaciones, se establecen categorías, se cosifica. Aparecen las neurosis, las adicciones. Las mentiras.
Empecé este post con un breve resumen de “Mi madre” porque siempre que veo pornografía o leo foros como este, me queda la duda acerca de la sinceridad detrás de estos actos. No estoy siendo pacato o moralista en esto, sino sólo reflexivo. Como muchos de nosotros, he tenido más de muchos encuentros sexuales pagados. La mayoría, insatisfactorios. Pero recuerdo. Recuerdo a algunas mujeres, Recuerdo sus cuerpos. Sus aromas. Sus suavidades. Sus gentilezas. Las recuerdo, porque son mujeres. Hijas de alguien. Madres de muchos. Con tristes historias, como algunos de nosotros. Empujadas por la ignorancia y la falta de autocontrol, influenciadas por la televisión, gran cafiche de los tiempos mediáticos, vendidas y arrendadas por la idea de que hay glamour en la prostitución. Pero no hay glamour cuando vives en la mentira. No hay glamour cuando siempre simulas y en esa simulación sólo quedan las tragicómicas evidencias de elevar indirectamente a “arte” la prostitución.
Saben de lo que hablo.
Las “chapas” de las prostitutas: Antonella, Monique, Dominique, María Ignacia, María Carolina, Sharon, etc. (miren la portada del sitio para más) son conocidas como “nombres artísticos”. Hay algo que tienen en común esos “nombres artísticos”: todos son aspiracionales. Social o étnicamente.
Luego están las otras “chapas”. “Zafiro”, “Diamante”, “Diosa”, “Cachorra”, “Luna”, “Sol”. Reducidas a una cosa, identificadas con un objeto, la mente encuentra un camino de fuga mientras penes de distintas formas, colores, olores e higienes entran insistentemente enfundados en plástico, para terminar completando el cuadro de la dos cuerpos ausentes sobre un muy transitado catre.
¿Entonces? ¿Para dónde voy?
Sólo para rendir tributo a las hermosas mujeres que brindan una hora de su cuerpo por dinero.
Pero recordando que también es una mentira.
Como las fotos mejoradas con Photoshop.
Un abrazo a todos, compañeros de miseria. Que sus horas sean sinceras y que encuentren lo que buscan.