Para mí, la mujer más inolvidable que conocí en los cafés de Santiago fue Mónica Medalle. La descubrí cerca de 1998: alta, aún más imponente con sus tacones, de piel blanca y suave, y un cabello largo y sedoso que caía como una cascada. Tenía una sonrisa luminosa y un carisma natural que convertían cualquier conversación en un momento especial; sabía cómo hacerte sentir bienvenido, casi único.
Mónica conocía y era consciente de sus atributos. Su belleza cautivaba a los hombres. Además, había posado desnuda para una revista para adultos llamada Quirquincho, que se vendía en los quioscos en los años 90.
En aquellos años, ella trabajaba en el café de Matías Cousiño. Yo, que laboraba en Providencia, siempre encontraba la forma de escaparme para verla. A principios de los 2000, le perdí el rastro. Una tarde volví al café y me dijeron que ya no trabajaba allí. Con cierta picardía investigadora, preguntando como si fuese un detective, supe que se había trasladado a un lugar llamado Lucas’s Bar. No sabía qué era, hasta que descubrí que se trataba de un night club.
Allí, bajo el nombre de Laura, la reencontré. Apenas me vio, me saludó con afecto, como si el tiempo no hubiera pasado. Conversamos como en los viejos tiempos y me contó que le iba muy bien económicamente: ya tenía su propio departamento y hasta una casa. Sin embargo, la noche era oro para ella, y entre risas me explicó que debía seguir atendiendo clientes si yo no tomaba una decisión.
Un mesero se acercó y me ofreció la posibilidad de pasar con ella a un privado. El precio era alto, casi la mitad de lo que yo ganaba en un mes, pero no lo dudé. Subí con ella, pagando incluso con tarjeta. Nunca lo había planeado, pero fue una experiencia extraordinaria: la pasión se desbordó, la tuve entre mis brazos, besé cada rincón de su piel y finalmente pude contemplar y acariciar aquello que tanto había deseado: su hermoso y voluptuoso cuerpo. Me sentí como un enamorado adolescente, viviendo una noche de ensueño que aún conservo en la memoria.
Nos vimos algunas veces más, aunque los costos eran demasiado altos y, tarde o temprano, tuve que alejarme. Guardaba incluso su número personal, pero nunca me atreví a llamarla. No podía ofrecerle lo que en el fondo deseaba: sacarla de ese mundo y tenerla solo para mí.
Con el tiempo, le perdí el rastro otra vez. Años más tarde, durante la pandemia, navegando en la red me encontré con un video suyo en la plataforma Xvideos, ya bajo el nombre de Laura. Verla allí, con un extranjero un actor porno gringo que la trató con rudeza, como puta, que la penetró por oralmente, vaginalmente, analmentey luego eyaculó en su boca, me impactó. Nunca la había visto así con otros; me hizo pensar que su trabajo como escort la había acostumbrado, que le salía natural. Me removió recuerdos y sentimientos de excitación, celos y envidia. Siempre pensé que ella estaba para algo mejor, pero también sé que tenía talento para eso y que le gustaba o necesitaba el dinero porque se había acostumbrado a un estilo de vida lujoso viviendo en su departamento en Las Condes.
Hoy, lo que me queda de ella es ese recuerdo: una mujer bella, amable, carismática, que dejó una huella imborrable en mi vida.
Hace poco, nostálgicamente con un modelo de IA para imágenes, logré hacer una que se parece a ella aunque nunca superará a la real y verdadera Monica Medalla mi musa.
Aquí la tienen para que se hagan una idea.
Mónica Medalle, alias Laura, la mejor de los cafés de Santiago.
Mónica Medalle aka Laura Generada por AI. - Google Photos
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